Solo cinco minutos necesité para entender que las cosas no serían tan fáciles.
Un hombre grande que toma ollas de cincuenta kilos con solo un gesto de esfuerzo, que es capaz de cocinar para 500 en una mañana y tomándose un café con coñac tipito 10, rápido aunque sucio, pero lo peor de todo sin ser capaz de sonreír.
En la práctica yo era su ayudante y lo fui por dos meses, en un comienzo solo me dejaba pelar las papas y hacer unas ensaladas. Yo le hacía caso a sus instrucciones y ha su genio extraño. Pero esto tendría que cambiar y elegí el momento.
Una semana sin trabajar con el y a mi regreso me encuentro con un hombre aún con menos sonrisas . Fue un buen momento y luego de preguntarme sobre quien me enseño a hacer la salsa Bechamel- con un dejo bastante sostenible de ironía- no le contesté , se enojó y al segundo lo mandé a la cresta ( expresión chilena utilizada para enviar caballerosamente o con toda la rabia del mundo a un lugar muy lejos , más allá de lo que es posible imaginar, en mi caso caballerosamente).
Resultado: cortadas las relaciones. Más o menos como Chile y Argentina en el año 80.
Fue a acusarme al jefe , quien me pregunto mi versión, que debe haber sido más entretenida que la de el, le saqué un par de sonrisas.
En dos días más fui noble e intenté hacer las paces , no fue posible y se declaró la ley del hielo -no hablarse-. Una vez a los 10 años lo hice con un amigo, duré 2 horas, la ley del hielo se acabo cuando sacó dos galletas de chocolate de su mochila.
Absurdo, cosas de niño, tan absurdo que el jefe lo notó ,el conflicto se traspaso al comedor y quedo claro uno de los dos tendría que marchar.
Me ofrecí a hacerlo yo.
1 comentario:
Interesante y chistoso el post. Sobre todo en la parte en que lo mandaste a ese lugar al cual a todos nos han mandado alguna vez, jeje. Ya quiero leer la segunda parte. Saludos!!
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